viernes, 13 de noviembre de 2009

Galadriel.

Los ojos del chico se cerraron.

Vio zapatos caros (pero de imitación) caminando sobre vómito, entre edificios de dos pisos cuyas luces intentan (en vano) no alumbrar la mugre. La multitud, regocijada, a gusto, a salvo en la noche, con sus vestidos uniformes. Se les siente en la piel una emanación de orgullo, apostándolo todo a las apariencias. Con las apariencias pueden ser reinas o galanes, aunque se ensucien con vomito.
Justo suena la estrofa “in the hands of time we all will die” en sus auriculares. Y aunque a sus ojos les cueste reconocerlo, recuerda que hay otros lugares, otros días y otras noches. De todas formas, odiar los contrastes no tiene sentido.
Contrastes. Cada vez los hay más entre la realidad y el deseo. ¿Cómo luchar contra eso? Las barreras del refugio del sueño no son irrompibles, no (y el hecho de estar en el centro de Ramos Mejía un domingo a las 4 a.m. se suma al ejército que intenta derrumbarlas).
Pero las pupilas pueden dilatarse y la vista cambia. Así puede verse que esto no es odio, ni miedo, ni siquiera asco. Es no saber que querer porque se quiere todo y no se tiene nada excepto la capacidad para apreciarlo todo.
Que se queden con su conformidad, que paseen sobre su vómito si quieren, hubo cosas más repugnantes aun, que con el tiempo ganaron su belleza.
“Dije que no buscaba paz porque acá no hay, y lo sigo creyendo, pero como la necesito a veces… La suciedad no importa, lo verdaderamente aterrador es que ya no quedan refugios para nada ni para nadie. Ni siquiera se puede escapar, porque uno recuerda. Esa es la verdadera fragilidad.
Basta de quejas.”
Los pies se mueven, y se mueven hacia un café en una esquina. No, tampoco es un refugio, pero no es un mal lugar para ver el amanecer (obviamente seria mejor si por las ventanas pudiera verse algo más aparte de cemento polvoriento). Los labios sorben la taza, esta caliente, los ojos se acostumbran al lugar. Pero no, no hay refugios en ningún lado. Es como pretender tener una isla en un río vertical infinito, desde donde se pueda ver como los demás siguen cayendo, y luego olvidarlos, dejar que se alejen. No se puede.
Diez minutos siguiendo fijamente con la mirada el deambular de una paloma es signo de sueño.
De nuevo expuesto en las arterias del flujo de la monotonía. Ahí esta la parada del colectivo. Pero la concentración no esta puesta en los pies, sino en los ojos, que miran otras caras. Es en vano, nunca se esta de humor para máscaras – con la propia ya es suficiente.
“¿Qué haría otro en este lugar? ¿Se suicidaría? Yo ya me estoy suicidando, de a poco. Todos nos estamos suicidando de a poco, y es hermoso. “
Otra paloma. Cierra los ojos. Silencio, y siente como roza el antebrazo de ella, que tiene puesto un vestido de verano y es muy linda. Después se da vuelta de cara a la pared, y ahora que las luces están apagadas, se acurruca entre las sabanas. Ruega que la canción no se termine, e inevitablemente abre los ojos.
“Es en vano rogarle algo al mundo, es en vano pretender algo de él. ¿Puedo pretender algo de mí, al menos? Creo que si. Quiero volver a ver todo con ojos inocentes. Es mejor eso y sentir, que dejar que todo sea solo una sucesión de imágenes grises. Esa ilusión solo puede tomarse prestada de los demás. Es el producto del factor de incertidumbre, de la falta de control sobre los demás. Pero los demás y yo tenemos miedo. Si, aunque digamos que no, lo tenemos.
Solo existen dos problemas reales: comer y dormir. Todo, absolutamente todo lo demás son inventos para adornar la existencia. No quiero artificios, tampoco quiero inercia.”

El niño alejó su mirada de la superficie de la fuente de Galadriel, quien todavía poseía su anillo, y le preguntaba cual era su deseo. No sabia si aquel que vio realmente sería el, pero conocía su deseo, y contestó “quisiera ser música”. Ella sonrió, y lo complació. Él no despertó.

2 comentarios:

  1. (admito que "esto" tuvo una intencion menos estetica y mas de descargue)

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  2. El descargue siempre será bienvenido por el soporte papel o digital.

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