domingo, 8 de noviembre de 2009

Succŭbus Selene.

Hacia más de una semana que su matrimonio había sido arreglado. No se decidía si atribuir su dicha a la suerte o a alguna energía menos arbitraria, pero estaba feliz. Seria el marido de Selene, aquella dama que lograba interesarlo a pesar de su silencio. Y era conciente de que lo que sentía no era amor, sino interés, pero aun así no podría haber esperado una pretendiente mejor. Estaba feliz.
Era joven, y con la fortuna de su familia no debía preocuparse por su porvenir. Pero no era eso lo que dibujaba una sonrisa complaciente en su rostro afilado. No era eso, sino el hecho de que ahora, en este mismo momento, podía abrir las ventanas de su habitación, sentir el aire de verano cuyo color verde casi podía palpar, grabar el instante en su memoria, y escribirle a la dama que empezaba a obsesionarlo. Bajar sus defensas, descubrir sus rincones escondidos, para el era un arte, un juego más complicado e interesante que un ajedrez.

Prometida mía:
Tengo varios motivos para escribir. El más urgente, seguramente, sea el de saciar mi ansiedad por sentir que hay algo, aunque sea una carta (posiblemente sin respuesta) que nos una. Aparte de nuestro compromiso, claro.
Además, debo confesar que su persona me interesa. Es para mí como un cuadro al que deseo deshacer y volver a pintar. Si, no me molesta que sepa que quiero ser parte de sus secretos, aunque sea sucumbiendo bajo su peso. Pero mis intenciones no son puramente egoístas; tiene desde mi devoción, hasta mi palabra de que estoy dispuesto a cumplir todos sus deseos.
Es inevitable relacionarla a usted con el silencio. No se si debo esperar una respuesta, pero con imaginar esto como un camino de ida, estoy satisfecho.
No, definitivamente no espero una respuesta. Siempre me alcanzo con caminar al costado del camino, observando sus maravillas (de las cuales usted hasta ahora ha sido la mayor). Así que me considero alguien que esta condenado a llevar sonriendo un corazón que no se puede romper, poseedor del don de obtener dicha con solo observar la belleza, sin necesidad de participar en ella. Y si, estoy orgulloso.
Trataré de no agobiarla, ya le dije lo que necesitaba. Saldré para llenarme de las cosas simples, de los detalles de esta ilusión que no sentía desde que era un chico. Y cuando la ansiedad regrese, seguiré con mis intentos de invitarla a jugar este juego, de una manera en la que (espero) se sentirá cada vez más expuesta.
Hasta pronto,
Anthony


Selene recibió la carta en el momento en el que se disponía a salir. Dividida entre el apuro y la curiosidad, la leyó por la mitad y la dejo sobre la mesa, pensando en que le dedicaría el tiempo necesario cuando regresara.
Su destino era la plaza. Era de noche, pero había más luz de lo habitual, debido a todas las antorchas y hogueras que se encendieron con motivo de la celebración.
No le interesaban los motivos de aquellos que bailaban despreocupados a su alrededor, no le interesaba caminar con luz o sin luz. Lo que marcaba su andar decidido era una resignación enérgica.
Encontró a Caleb entre la multitud. Se sonrieron, y sintiendo cierto alivio en el hecho de que nadie se fijaba en ellos, se alejaron de la multitud, en dirección al rió.
Inevitablemente, tuvieron que regresar luego de unas horas. Caleb la vio alejarse con su aire de decisión silenciosa, y estuvo a punto de entregarse a una tristeza indefinida, que solo podía relacionar con una distancia no física, pero no estaba acostumbrado a pensar en esos términos. Sintió cierto alivio al escribirle estas palabras:


Selene:
Escapemos. Ya esta todo dicho. Te espero en nuestro lugar común, a medianoche. Solo necesitaremos nuestra decisión irrevocable de dejar todo atrás.
Caleb

Los días siguientes contuvieron tanto fluir de ideas en las mentes de los dos amantes, que el tiempo parecía transcurrir más lento, sobrecargado.
Selene regresó y leyó la carta de Anthony. La dejó sobre la misma mesa, aparentemente sin interés. Al poco tiempo recibió la carta de Caleb, y su actitud no fue distinta.
En la medianoche arreglada, Caleb esperó en vano. Selene no se presentó.
Pero él sabia donde vivía, conocía todos los detalles de su vida cotidiana. Hundiéndose progresivamente en la resignación del que no tiene nada que perder, fue a su hogar. No estaba. Se dirigió al de su (supuesto) futuro marido. Allí estaban, frente a sus ojos, sin siquiera el interés en esconderse de él, sentados en el jardín. Pocas veces alguien disfrutó más que él en ese momento el placer de entregarse a la locura del odio.
Pero pronto Selene se aburrió de Anthony.

Perdida mía:
Aunque no me crea o no le importe, en estos días he visto mucho en usted. Se que la conmovió la esperanza al ver lo que le proponía, y se como volvió a caer en la resignación. Fue hermoso, realmente le agradezco el espectáculo. Le prometí que no la culparía, y mantengo mi palabra.
Sin embargo, dudo mucho que en el resto de su vida, un hombre como yo pueda volver a apreciar semejante belleza, así que poco me importa mi futuro. Siempre quise morir ahogado en la lluvia, y siento que cuando ese momento llegue, usted podría apreciarlo. Sin inmutarse, obviamente. Tal vez le envíe alguna última señal, como un guiño de orgullo. No tendrá la fuerza del canto, pero si la de la muerte. Si, seria un fin digno.
He buscado refugio en muchos lugares diminutos, pero ya no puedo esconderme. La realidad no puede cambiar por un capricho, así que seguiré inquieto como un condenado a muerte que ha sido liberado en el último momento – sin saber por qué.
Yo seguiré siendo yo. Me habría gustado jugar a estar vivo, entregarme al fluir de algún río, actuar en mil escenarios, guardando solo para usted mi verdad. Pero no, seguiré siendo yo.
Solo déjeme pedirle una última cosa: sonríame. Aunque no me responda, aunque no nos volvamos a ver jamás, aunque nunca sepa si lo ha hecho o no, por favor, sonríame.
Hasta nunca,
Anthony

P.D.
Pasaré los meses siguientes rodeado de pianos y violines, intentando recuperarme. No lo lograre, pero me divertiré.

Anthony murió a la noche siguiente, y Selene recibió una última carta.

Selene:
Dudo mucho que esta sea la forma más correcta de escribirte, pero es la única que mi débil mente puede imaginar en este momento.
Cuando uno se enamora o se deja llevar por emociones similares, cae en la egoísta creencia de que sus sentimientos son únicos, inigualables para cualquier otra persona, y esta no es la excepción. La razón por la que te escribo es explicar y compartir lo que nunca creí que llegaría a explicar o compartir.
Ambos conocemos en profundidad los detalles de lo que ha ocurrido recientemente, pero me imagino que estarás harta de escuchar teorías empíricas al respecto. No voy a exponerte mi versión, ni tratar de convencerte de que él se lo merecía. No quiero hablar de lo que hice, quiero hablar de por que lo hice.
Últimamente, desde que todo sucedió, no puedo dejar de sorprenderme de lo mucho que una persona puede causar en otra, desde cariño hasta obsesión, pasando por amistad, amor, dependencia, y tantos otros estados... Sin embargo, ninguna de esas palabras basta para definir lo que tú causaste en mí. La verdadera definición la he ocultado desde siempre. Tratare de explicarla.
Imagina a alguien que sea conocido por su vasta comprensión del ser humano, alguien con talento, cautivador en su faceta conocida, pero que se sabe que guarda y conoce misterios. Shakespeare, por ejemplo. Ahora, imagina a la mujer que podría haberlo cautivado. ¿Como tendría que haber sido para que él le compartiera todo aquello que no compartía con nadie más? Imagina también que sucedería si este personaje hubiera escrito sobre su amada y sobre lo que siente por ella, sobre como es ella ante sus ojos. ¿Como habría de representársela un lector, alguien ajeno a la relación? ¿Como habría de imaginarse al secreto desconocido que logro descifrar al secreto conocido? Seria algo casi divino.
Pues, para mis ojos, has sido algo similar. Yo jamás he sido un Shakespeare, siempre estuve condenado a verte con los ojos de un lector. Has sido algo eternamente conocido como sobrenatural, de pronto puesto a mi alcance. La realidad que se hizo sueño. La única con la que podría ser realmente sincero, la única a la que realmente podía amar, la más inalcanzable de todas.
Esa fue la razón de mi obsesión. La obsesión fue la razón de mi locura. La locura fue la razón por la que hice lo que hice.
Ignoro lo que te causaran estas palabras, pero no quería arrepentirme luego de no haberlas escrito.
Seguramente moriré recordándote con amor y con odio.


Al día siguiente, Caleb fue ejecutado por el asesinato de Anthony, hijo de un conde local.
Allí nadie recuerda a Selene.

1 comentario:

  1. Tenés algo muy especial cuando escribís, no lo sé ahora pero ya voy a descubrirlo.

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