martes, 9 de marzo de 2010


Tener los ojos cerrados durante horas, y sin esperarlo, sentir como un insecto se posa sobre ellos.
Y despertarse.
En ese primer instante al cesar la música,
cuando el silencio es tan aterrador y tan tierno,
cuando los ojos no son ojos sino raíces,
cuando es otoño pero el viento es calido,
y la perfección del mundo, caótica y silenciosa,
entra en las nervaduras de una hoja.
No hay más ladrillos, no hay mas nada.
No hay mas nada, afuera. Esta todo dentro,
en el cielo, bajo nuestra voluntad.
Tener los ojos cerrados durante horas, y sin esperarlo, sentir como unos labios se posan sobre ellos.

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