lunes, 28 de noviembre de 2011

Primer borrador de algo potencialmente más grande.



"Dreaming dreams no mortal ever dared to dream before."
E. A. P.


Esa gente que camina chueco queda bajo la jurisdicción del tribunal que regula la emisión de milagros inmerecidos. Esta fue la oración arbitraria que eligió inventar antes de dormir, disciplina que había perfeccionado para profundizar sus sueños (junto con el dogma de “recordá que tenés que recordar”). Era un juego que le ayudaba a sentirse ella y no sentirse todos, otro juego en el que se veía arrastrada resignadamente a diario.
Cinco minutos y el cuerpo no cede, insomnio.
Más juegos. Olvidar que el cuerpo se puede mover, dejar que sea una piedra cuyo peso cae en la cama cuyo peso cae en la tierra que gira en la noche más absoluta. Y después, más arbitrariedad. Esta noche era el turno de ser una piedra en el fondo del Pacífico, ayer había sido un roble en algún bosque de Noruega.
Si esto no la llevaba al sueño, por lo menos llevaría a un estado apenas anterior, casi igual de efectivo. Un poco en burla, solía llamarlo materializar la abstracción. El sueño equivalía a ser la abstracción.
Cinco minutos más, estaba dando resultado, pero con una anomalía. No estaba sola. Sin darle tiempo para sorprenderse, el visitante habló.

- ¿Me llamaste?

Antes de abrir los ojos, tuvo unos instantes para maravillarse. Luego de hacerlo y reconocer el rostro que la miraba desde unos metros, tuvo todo el tiempo del mundo para irritarse.
- ¿Qué hacés acá?

- Estaba en el fondo del Pacífico y te vi, pensé que necesitabas algo.

Instintivamente casi lanza un “estás drogado”, pero quedó perpleja. Análisis, y de vuelta a la plena vigilia. Habrá forzado la cerradura, e invento una frase para presentarse que casualmente coincidía con sus pensamientos, no sería la primera vez que intentaba sorprenderla así. Esta vez lo logro.
- Te pediría que te vayas, pero dudo que lo hagas hasta no terminar lo que te trajo. Explicate y apurate, mañana trabajo.

- “Me pregunto dónde estás y después me acuerdo que no me importa, a los cinco años todavía no me había presentado a la soledad, a esa edad todavía tenía de quién recibir abrazos. Es más sano tenerle miedo a las jeringas que a la soledad”.

Exageraba los gestos de un actor, a modo de parodia. Ella miraba impaciente. Silencio, y protocolos haciendo su gracia: evitar abrazos. El sacó dos cigarrillos, encendió uno y le ofreció el otro. Aceptó, y al encenderlo sus miradas se cruzaron. Los ojos se sonreían, el más sincero y efímero signo de simpatía. Pero el pulgar se levanta del encendedor, y, sin verse los ojos, ella era de nuevo solo ella y no ambos. Extrañaba ese juego, pero se sentía impotente ante el tiempo. El habló de nuevo.

- Hace unos días me pasó algo ridículo. Me acordé de algo que me definía, y que en los últimos años había decidido olvidar. Fue justo antes de conocerte, y creo que tenés derecho a saberlo.

Sacó un anotador viejo y manchado con café, y leyó en voz alta.

- “Hace un par de décadas alguien me regaló un objeto. Puede haber sido un libro, una foto, una planta, o ya no me acuerdo. Dentro de ese objeto se encontraba lo mismo que en cualquier otro; un laberinto con algún santo grial o cualquier otra cosa en el centro, da igual. Quizá nací de nuevo luego de eso, quizá estoy soñando, da igual. Ahora solo recuerdo que me aburrí, que me ilusioné, y pasé dos días caminando por cualquier calle adoquinada intentando forzar la voluntad de la vida hablando con extraños; ochenta y tres días leyendo; cuatro meses fumando en los bancos de tres plazas, una docena de años elaborando mi metafísica perfecta (y tres minutos derribándola); todo para escribir un ensayo sobre la soledad que puede resumirse en tres renglones. Al menos tenía la esperanza de que tal vez alguien en otro laberinto soñara mis palabras. Después me sumí en una inacción contemplativa, dejé de preocuparme por los objetos asesinos provocadores de sueños que habitan en laberintos, dejé de prestarle atención a mis piernas mientras caminaba, el gris perdió su encanto y todo se hizo gris. Ya no sé dónde estoy, pero da igual porque cualquier punto en el espacio está a la misma distancia del centro: lejos. A veces me anestesio con algún libro, solo si es de tapa dura, o sacándole cincuenta fotos con macro a la primera piedra que vea, o jugando a hacer cadáveres exquisitos de a uno, que es la única forma en la que me permito escribir en primera persona (fuera de este cuaderno). Todo esto sirve y me puedo reír de a ratos, aunque no esté yendo a ningún lado.
Pero basta, la tragedia tierna es la peor, a pesar de ser linda. La autocompasión no tiene lugar en esta ecuación, eso sí. Mejor gastar tinta en otra cosa. Cambiemos el color de la escenografía, ahora que estoy tranquilo.
Pierdo el tiempo pensando en metáforas demasiado ambiguas. Inventemos un orden. Nada es explicable, todos están solos, si es que existen, y ya no hay maestras que nos feliciten sorprendidas porque nuestro ensayo sobre Girondo fue inesperadamente bueno para un adolescente. Y yo, acá, fumando y rezando el Carpe Diem, deleitándome con los detalles mientras tiemblo de miedo. ¿Entonces, qué viene después? Despejemos los estigmas y la incertidumbre, usemos la abstracción. Hagamos de cuenta que el futuro traerá cualquiera de mis caprichos. Quizá Platón no se animó a confiarnos que fuera de la caverna cada uno dibujaría en vez de contemplar. Hagamos de cuenta que fue así.”


Ella tuvo que contenerse para no mostrar su impaciencia, pero decidió dejarlo continuar. Vio que estaba ensuciando el piso con las cenizas. Iba a reprochárselo, pero él habló primero.

- Antes que nada, perdón si te aburrí. No me interesa por qué elegí un símbolo tan simple, pero éstas hojas las había escrito con el propósito de que, cuando fuese necesario, recordara que Platón fui yo. Platón, y Protágoras, y Freud, y Vivaldi, y Maetherlinck, y Lennon, y varios más. A veces todavía creo que estoy soñando y no recuerdo cuando me dormí ni quien era antes, pero ahora sí recuerdo todo lo posterior.

Ignoró la sonrisa de sarcasmo de ella y continuó.

- Cuando todo era vacío en mí ya había algo, eso no lo puedo explicar. Pero de alguna forma sabía lo que era el concepto de lo que luego sería conocido como el mito de la caverna, sabía que todo era una cuestión de perspectiva, y sabía que yo existía. Dicen que los bebés nacen sabiendo que deben buscar a la madre para alimentarse, yo recuerdo haber nacido sabiendo que solo existía el vacío, y de alguna manera, mi consciencia en él. Los animales aprenden a cazar para comer, yo aprendí a dominar la perspectiva del mismo modo. Por instinto rechazaba cualquier noción de quietud, así que empecé a eliminarla de lo que me rodeaba. Para eso debía rellenar el vacío, y es lo que hice, primero con timidez, luego con descaro. Apreciaba cualquier quiebre en la monotonía. Un punto luminoso, o un grano de arena. Sabía que de alguna manera yo creaba esas cosas, o al menos las imaginaba y las percibía. Encontrarme entre ellas me ayudo a apreciarlas, y avivo mi sentido de la complejidad. Quería más, así que imaginé más. Veía lo que quería ver, y lo hacía casi por diversión, porque era lo único que podía hacer además de pensar. Si pensaba, me intrigaba hasta horrorizarme. Ni los dioses pueden evitar el miedo a la incertidumbre total, y todo lo que sé es que surgí de ella.
Anestesié el miedo con patrones y estímulos más elaborados; el tiempo, esferas de materia que volaban en espirales elipsoidales y causaban fuego al colisionar, pensé en los colores, el viento, y otras cosas cuya enumeración te mataría de aburrimiento, literalmente. No tengo absoluto control sobre mí mismo, y no pude evitar que el miedo volviera eventualmente. Pero pensé que podría usar la perspectiva como herramienta para crear un estado de ser cuya única función fuera eliminar (o hacer irrelevante) el miedo a la incertidumbre. Imaginé un pedazo de materia decorado con mis colores preferidos, y compuse los mecanismos necesarios para que mantenga su existencia en el espacio y el tiempo. Era mi lienzo.
Pensé en algo que pensara y se moviera y se reprodujera en ese lienzo, y le di tiempo. A veces todavía creo que nadie es independiente, sino que todos son fragmentos de mí que decidí aislar, separar, y convencerme de su autonomía. Fui feliz divirtiéndolos con auroras y eclipses, y luego observando como los dibujaban o los honraban, creyendo conocerme. Pasé milenos jugando con su ignorancia (o su otra perspectiva), y cuando noté que empezaba a estancarme, el miedo volvió. Todo esto, todo, jamás tuvo un sentido, un fin determinado, un concepto guía. Sea fumando un pucho o dándole forma a una estrella, solo sé que no sé nada. No sé por qué soy quién soy. Ni siquiera sé cómo escapar.
Decidí llevar mi plan original a un nivel más extremo. Me llamaba la atención que el concepto de “amor” no lo había creado voluntariamente, sino que era obra de ustedes. Estaba decidido a experimentar, así que te creé a imagen y semejanza de mi más intenso sentido de la estética, tanto en cuerpo como en los mecanismos de tu razón. También escribí el guión para una hipotética vida, que comenzaba con mi (ficticio) nacimiento en la Tierra, y terminaba en el momento en el que te conocía. A partir de ese punto esperaba solo seguir viviendo. Tomé el papel, y empecé a actuarlo al pie de la letra, eligiendo olvidar mi verdadero “nacimiento”, y de lo que realmente era capaz. Escribí un texto barato y lo guardé entre mis cosas, otorgándole el poder de hacerme recordar, en caso de que algo saliera mal.
Mi guión funcionó bien. Nos conocimos, y pasé el año más hermoso de mi existencia con vos. Dije que no tengo absoluto control sobre mí mismo, y es cierto. Toda esta trama estuvo diseñada voluntariamente para engañarme, y funcionó. Y estoy orgulloso de saber que lo que vivimos juntos fue obra de nuestro libre albedrío.
Pero nada dura para siempre, y no creo que haga falta recordarte lo que nos distanció. El dolor de los mortales no tiene nada que envidiarle al divino, eso lo aprendí. Después encontré el anotador, recordé, y vine a visitarte.

Un lindo cuento de buenas noches, pensó ella. Ahora podría empezar a derrumbarlo cuestionándolo sobre las partes que no estaban del todo claras, una de las viejas costumbres que adquirieron en su año juntos. Estaba por dedicarle una sonrisa tierna y agradecerle el gesto, pero vio que él sacó un revólver. Nuevamente, se le adelantó antes de que pudiera protestar.

- Estoy cansado, tengo miedo, y perdí la fe en mis instrumentos. No tengo control absoluto sobre mí mismo, pero no soy inmune a todo. No puedo elegir olvidar si no tengo otra trama en la que volcarme, no puedo elegir recordar sin un elemento cargado con la capacidad de evocar, y tampoco puedo elegir morir o desaparecer instantáneamente, pero si puedo crear una nueva trama, en la que algo termine con mi existencia. Prefiero regresar a la incertidumbre absoluta antes que seguir distrayéndome y escapando.
Aun así, no perdí mi sentido de la estética. Esta arma tiene el poder de hacerme desaparecer, siempre y cuando seas vos quien dispare. Sufriría la muerte de la misma manera que un humano.

Extendió la mano, ofreciéndole el revólver. Lo tomo sin dudar, no porque quisiera disparar, sino para sentirse más segura. No quería matar a nadie, menos a él. Sus miradas seguían fijas la una en la otra, y los ojos volvieron a sonreírse. Otra anomalía, ¿dónde estaba la oscuridad? Ella desvió la mirada hacia la ventana, y le costó ahogar su grito. La más perfecta de las auroras ondeaba sobre el barrio de Recoleta, iluminándolo de verde y violeta hasta donde alcanzaba a ver. Volvió a mirarlo a él de la misma manera en que lo hacía cuando salían y le exigía una explicación, luego se dio cuenta de lo ridículo que era el gesto en aquel momento y permaneció inmóvil, de regreso en la ventana.
La aurora descendía, o ellos se elevaban. Las proporciones empezaron a ser confusas. La habitación estaba intacta, pero fuera, si la ventana no mentía, el espacio que ocupaba estaba cada vez más cerca del cielo. Volvió a mirar a la figura que estaba sentada al lado de su cama. No controlaba en lo que pensaba. Sintió una tristeza lastimosa y dulce, porque lo amaba. Y estaban volando. O estaba loca. Y tenía un revolver en la mano. No puede ser cierto, pero las ventanas no mienten. No puede ser cierto. No mienten. ¿Debería compadecerlo? Tenía un revolver. Él sigue sentado, sonriéndole con la mirada y ahora también con los labios. Le pide “por favor”. Ya es tarde y no está durmiendo. Mañana tenía que… mañana ya se rompió. A ver cómo está la ventana. Acabamos de dejar atrás la Luna. Esto es… Esto es levantar el brazo que termina en una mano que termina en un dedo que termina en un gatillo. Esto. Esto. Esto. Esto no. Viento. Él sigue sonriendo y…

- Esto es el máximo gesto de amor.

Fue lo que dijo antes de disparar.
Sus hábitos de sueño han cambiado. Ahora, en vez de los acostumbrados rituales, se deja llevar por un instinto de salvaje inocencia. Noctámbula, se hace un ovillo bajo la sábana, cubierta hasta la cabeza, y juega con fósforos, o dibuja cielos nocturnos, exagerando el brillo de Venus o agregando nuevas lunas para que la vieja no se sienta sola. En esos fuegos y cielos siempre hay viento. El viento es el vehículo de la memoria. Cada vez duerme más y siempre al despertar recuerda que el viento le trae algo, pero no recuerda qué.
Cuando logró recordarlo, era otra, y estaba en el vacío.

1 comentario:

  1. . "Si pensaba, me intrigaba hasta horrorizarme."

    Es muy extraño, sé que leí esto antes pero no reconocí ningún fragmento ahora. Nada.

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