miércoles, 6 de noviembre de 2013

No, este no es ESE camino - 2/∞

El negro devoró el amarillo en las nubes. Un negro opaco. Ya no se veía su altura, pero se sabía que había aumentado. La lluvia aumentó, pero no el viento.
Llegó hasta los límites del bosque justo antes de que el barro tapara sus rodillas. De lejos se preguntaba con qué se encontraría, pero al acercarse más se había rendido: el humo que veía de lejos parecía provenir de una gran pila de hojas secas, lo cual sumado a la tierra mojada, casi lo alegraba por haberse caído del tren.
Faltaban unos metros, y ya no se apuraba. Se apoyó en un árbol, ocultándose de la dirección de la fogata, y prendió un cigarrillo (el quinto del tramo). Después de la segunda pitada cerró los ojos. Después de la tercera un olor nuevo entró en la mezcla, algo que rompía con su armonía de tabaco, tierra, hojas y humedad. Abrió los ojos, y se reprochó a si mismo no haberlo reconocido enseguida; metal. Enfocó. Justo debajo de la nariz tenía el caño doble de una escopeta (no se detuvo a apreciar el modelo), sostenida por un viejo que no se decidía si mostrarse asustado o volarle la cabeza en un arranque de ira.
- ¿Qué es el principio de autoconsistencia de Novikov?
- ¿Y cómo carajo voy a saber eso?
- ¿Cuantas páginas tiene la edición de Bruselas por Roger Velpius de 1607 del Don Quijote?
- Viejo, si esperás que responda eso, ahorranos el tiempo y pegame un tiro.
- ¿Quién dijo "mañana estaré sobrio, pero usted seguirá siendo fea"?
- Churchill.
- Je, error, eso es falso, pero es lo que se suponía que debías decir.
Bajó la escopeta.
- Vamos, acompañame.
Para oponerse a una orden así habría que tener un plan de acción alternativo, algo a lo que aferrarse. Como no lo tenía, empezaron a caminar para el lado de la fogata. Parecía que algunas partes del cielo se habían despejado, pero las copas de los árboles impedían definir cuales. Era un lugar agradable, a pesar de los abejorros y los viejos y las escopetas.
Luego de un minuto llegaron ante una montaña de hojas secas. Debía haber tenido más de cinco metros, pero ya se había consumido al menos a la mitad. A su alrededor seguía rastrillando el piso una mujer encorvada.
El viejo la interrumpió con un abrazo, y se sonrieron.
- Mirá lo que encontré - dijo el viejo, señalando al recién llegado con la mirada.
La reacción instintiva de la mujer fue darle un zarpazo con el rastrillo, pero se contuvo a mitad del movimiento. Jadeó un poco.
- Si lo dejaste pasar por algo es...
Lo miró, relajándose un poco, pero midiéndolo.
- Bueno, bienvenido, joven. ¿Nos visita por algo en particular?
- Me caí de un tren, a un par de kilómetros de este lugar. Vi el humo, parecía ser el único lugar al que podía ir.
- La gente no se cae de los trenes porque sí. ¿Cómo se llama?
- Tadeo.
- ¿Y a donde iba su tren?
Notó que le costaba más de lo usual recordarlo.
- Tenía que entregar un mensaje.
- ¿Era importante?
- No lo suficiente. A lo sumo el suministro se retrasará un mes. No quiero aburrirlos con detalles. Pero, ¿y ustedes? ¿Puedo considerarlos mis anfitriones?
La vieja cerró con fuerza el puño alrededor del mango del rastrillo, pero habló el hombre.
- Por supuesto, por supuesto. Estarás cansado después de la caminata, vayamos a nuestra casa.
Medio resignado, Tadeo los siguió, mientras sus guías avanzaban tomados de la mano, esquivando árboles, y al parecer sin seguir un camino.
- Me gusta su bosque.
- A nosotros también. Lo vamos a extrañar.
- ¿Por qué?
- Llegamos acá esperando haber encontrado un lugar donde quedarnos para siempre - pero la premisa misma estaba mal. Eso simplemente no debería buscarse.
- Pero tampoco es motivo para irse... ¿no?
- Llevamos un par de siglos acá. Porque quisimos y porque pudimos. Valió la pena, pero hay consecuencias que es imposible predecir.
- ¿Qué, se aburrieron? ¿Se engañaron?
- No. Hace un par de meses alguno de los dos perdió una aguja. Creemos que fue cerca de la cama. No la encontramos, y ya no importaría si lo hiciéramos. Le tenemos miedo porque sabemos que cuando alguno se pinche, culpará al otro.
- ¿Es enserio? ¿Me están diciendo que soportaron tres o más vidas juntos, y lo van a desperdiciar por una aguja?
- Te equivocás en lo de "desperdiciar". Necesitamos contraste para vivir. Pero tiene que haber un café de por medio para hablar de eso.
No insistió.
- ¿Y las preguntas del principio, eran necesarias? 
- Si hubieras respondido dos de forma correcta, habría tenido que matarte.
- ¿Por qué?
- Porque entonces seguramente no habrías sido quien aparentás, y acá eso es peligroso. 
- Bueno, de alguna manera eso no pasó. ¿Al menos sigue en pie lo del café?
El viejo sonrió. Llegaron a la casa - una cabaña de madera y luces tenues. Era una tarde cálida, el olor de las hojas quemadas no se había ido, y los árboles no paraban de balancearse. Fue el café más rico de su vida.
- Debo haberme golpeado cuando me caí, porque no tengo idea de donde puede estar este lugar.
- Y yo no tengo idea de cómo lo encontraste, se supone que nadie lo conoce.
- ¿Qué tan acostumbrado estás a relatos improbables, viejo?
- Tranquilamente podría SER uno. ¡Cuente, cuente!
- Me atacó un abejorro gigante. Me defendí. Rompió un pedazo del vagón, me caí, y por algún motivo no me siguió.
Se quedó mirándolos, esperando. 
El café se enfrió antes de que reaccionen. Primero habló la mujer, a su pareja.
- Sabés que lo más lógico sería entregárselo, no quiero que venga a casa y nos acuse de protegerlo.
- Sabés lo que le hizo a ella, no me permitiría dejar que se lo haga a otro.
- ¿Entonces, qué? ¿Vas a arriesgarte a que nos lo haga a nosotros? ¿A mi?
- No creo que tenga ese poder. Mientras estemos acá, es peligroso para él también, y lo sabe.
- ¿Entonces?
El viejo volvió a mirar a Tadeo.
- Tendrás que irte, ahora.
- ¿A dónde?
- Te mostraré. Contás con solo la noche de hoy para llegar. Si lo logras, podrás viajar más rápido que él.
- No entiendo un carajo, viejo.
- Entender está sobrevalorado. Vamos.
El aturdimiento empezaba a marearlo, pero lo siguió. Ambos salieron.
La mujer empezó a levantar la mesa. Empezó a hacer calor, la fogata había dejado de humear, los árboles estaban quietos.
Estaba furiosa de celos. Salió al patio trasero, y... No entendió enseguida. El dolor era soportable, pero no quería aceptarlo. Se quedó tiesa, con los cinco centímetros de aguja enterrados hasta el fondo en la planta de su pie. 
Recordó cosas. La furia se había escapado, horrorizada. Pero no logró contener una lágrima. La primera en décadas.

2 comentarios: