lunes, 28 de abril de 2014

La mujer árbol.

La vida de Atty estaba marcada por las estaciones. A tal punto, que en realidad solía pensar que tenía cuatro vidas distintas, que se alternaban de manera cíclica. Es algo que prefería olvidar al comienzo de los meses fríos - le hacía sentirse atrapada, siempre a la merced de noticias sobre la muerte de algún vecino o sobre nevadas que impedían salir de casa durante meses. Pero hoy no era así. En dos días llegaría la primavera, pero un viento apenas tibio ya le acariciaba los antebrazos hace una semana. El viento había perdido la fuerza de cortar y agrietar la piel. Era la señal de que estaba ante el comienzo de dos vidas felices.
El pueblo preparaba el festejo que anunciaba el cambio de estación. Se respiraba aire de fiesta, habían sobrado más provisiones de lo esperado, y hacía tiempo que no tenían una buena oportunidad para tomar tanta sidra como pudieran. Algunos recordaban que dos comunidades vecinas habían prometido venir, y soñaban con que les regalen una piel o un barril más. Ningún joven estaba enfermo, y el olor a pasto era puro.

Atty era la única en el pueblo que conocía a Morrigan. Sólo imaginar lo que le pasaría de contarle a alguien la aterrorizaba, pero sabía que, mientras se mantenga en silencio, estaría a salvo. En la temporada anterior su padre se había lastimado una pierna, y a ella le tocó ir a buscar las trampas para conejos que había dejado. No estaban demasiado lejos, solía recorrer distancias mayores en los meses cálidos.
Las trampas estaban vacías, se esforzó por no pensar en el hambre, y empezó a deshacer el camino lo antes posible. Le gustaba hacer ese camino, pero lo prefería sin nieve. Había una sección en particular, una curva cerrada que luego ascendía por un barranco, justo antes de llegar al pueblo, que era su preferida. Incluso le había puesto nombre y hablaba con la curva cuando no estaba apurada. Ese día no tenía tiempo para jugar, y dobló sin detenerse.
En el pueblo solían hablar de los osos, y era conocimiento general que estos preferían no acercarse. Pero lo que tenía delante era una madre adulta, agazapada y tensa sobre el cuerpo de una cría destripada. No gritó ni tembló. Sabía que no debía hacerlo, pero mantuvo la mirada en los ojos de la bestia. Algo en su desesperación e ira instintivas le resultó hipnótico. El momento pasó, y ambas recordaron quienes eran. Atty corrió. No miró a dónde, rogándole a los árboles que quedaban atrás que se interpongan. No sabía dónde terminaría, pero sería mejor que las garras. Jadeó hasta que los pulmones empezaron a sentirse como piedras filosas, y apenas notó que los árboles se estaban haciendo más tupidos, y crecían más cerca los unos de los otros. Su cercanía era ridícula, pero bienvenida. Cuando estaba considerando qué sería peor, si los dientes de la osa en su cuello o sus pulmones explotando, notó que estaba ante una muralla de troncos. Sólo veía una rendija, apenas lo suficientemente grande como para que ella se deslizara – y sin pensarlo, lo hizo.
La osa no podría atravesarla, pero lo que vio al cruzar no ayudó a sus pulmones. Se encontraba en un claro circular perfecto, con un gran roble en el centro – el más alto que había visto jamás. Y debajo de él, una niña, casi como ella, arrancando con la boca pedazos del cuerpo de un lobo. Esta vez no reaccionó. Conocía a los osos, pero esto no sabía cómo asimilarlo. Conocía los bosques, pero los árboles no crecían como paredes, y las niñas no comían lobos. Cayó de boca sobre la nieve.
Despertó sentada de espaldas al roble, en un hueco entre sus raíces. No se percató de que no sentía dolor ni frío. Y miró alrededor, segura de que en algún lugar encontraría los restos de su cuerpo, que debería haber sufrido un destino similar al del lobo. En vez de eso, al lado suyo se irguió lo que había confundido con una niña. De lejos su silueta debería haber sido similar a la suya, pensó, pero ahora notaba su error. Su pelo era una cortina de hojas de sauce, sus dedos, ramas puntiagudas, y su piel tenía la textura de la corteza cubierta de musgo. Sólo su cara era humana, con un gesto de rigidez absoluta en los labios. Habló con voz grave. Habló primero con tono de autoridad absoluta, anteponiéndose a los miedos de Atty, le ordenó que descansara. Luego habló con tono suave, y le pidió que no temiera. Finalmente habló en voz tenue. Le habló de cómo su madre le contaba historias al roble, de cómo un día este le respondió, de cómo fue concebida con palabras. Atty no recordó mucho. Cuando volvió a abrir los ojos el árbol contra el que estaba recostada era otro, apenas en las afueras del pueblo.

Los festejos tuvieron la cantidad de alcohol adecuada. Atty no bebió mucho, temía marearse y acercarse demasiado a una de las fogatas, como a la niña de una de las historias de su abuela. Pero rió y bailó con los demás.
La delegación del pueblo vecino vino, como había prometido. Cuando más de la mitad de los hombres había cruzado el tercer umbral de la borrachera, uno de los leñadores locales decidió encarar al invitado más rico y reprocharle que entre los regalos que trajeron no había hachas. Decidieron arreglarlo con la mayor dignidad posible; dejaron que los amarren por sus respectivas manos izquierdas, mientras intentaban tajear a su pareja con las navajas que tenían en las derechas. Cuando el invitado perdió una oreja y el leñador se ahogó con su pulmón perforado, fue claro que la ausencia de hachas no era un problema, y los festejos continuaron. Aburrida, asumiendo que no vería nada que no habría visto antes, Atty deambuló buscando ramas flexibles para hacerle una corona a su madre. Dos veces vio como, apenas fuera del alcance de la luz de las hogueras, un árbol delgado caminaba. Recordaba a Morrigan sin temor, pero aun tenía suficiente prudencia como para evitar salir corriendo tras ella en la noche. Si ella misma se acercara hasta Atty, podría pedirle que le ayude, seguro no le costaría mucho saber dónde encontrar las ramas que necesitaba.
Esto no podía ser un oso, no había garras atravesándola, pero no encontraba explicación al brazo que le tapó la boca ni al que la arrastró por los pelos hasta detrás de la casa más alejada. Los rugidos tampoco eran de oso, eran mucho más bajos, como los jadeos del invitado que se había batido a duelo. Debía ser él, sí, su fuerza, su forma de tensar los músculos eran como los de su padre, la vez que le pegó por robarle un plato al vecino. Pero esta vez no había robado nada, ¿habrá pensado que juntar ramas era una ofensa? ¿Por qué le arrancaba la falda? Dolía, más que los tirones, dolía y quería gritar, pero la mano de oso sin garras lo impedía. Pensó que su cuerpo debería verse como las ramas quebradas, con sus fibras claras y puntiagudas sobresaliendo mientras se mecen por la corteza que intenta mantenerlas juntas, en vano. En algún lado escuchó el crujido, y no recordó más.

Volvió a despertar en el claro de Morrigan. No podía moverse, sentía sus brazos y piernas como si fueran de piedra. Tenía la vista fija en el cielo, y cada tanto veía el pelo verde de su anfitriona arrastrado por el viento. Caminaba a su alrededor, cantando notas graves y largas. Le dio algo de beber – no reconoció el sabor y su vista se nubló. Apenas pudo mantenerse despierta unos instantes, y lo último que recordó fue ver a Morrigan y al roble acercarse a ella, y susurrarle.
Soñó sueños felices, sueños de descanso. Luego soñó que debía hacer algo, todo su ser tendía a un fin; no podía identificarlo, pero corría con Morrigan por el bosque, de noche. En el sueño no era extraño que sus manos fueran zarpas marrones (de hecho eran bastante más cómodas para moverse por el bosque). Vieron el pueblo de lejos, pero Atty sabía que no podía entrar. Se sentó y esperó. Veía que las ramas se movían por una voluntad que no era la del viento. El viento dejaba estelas que no había visto antes, y esa noche estaba mucho más arriba. Esperó.
Morrigan regresó al poco tiempo arrastrando de la pierna a un hombre. Supo enseguida quién era. Asumió que Morrigan habría hecho algo con él (esas cosas que sólo ella sabía cómo, y que Atty no cuestionaba), porque no gritaba ni se retorcía. Balbuceaba y babeaba. Cuando vio a Atty, ella supo que también la reconocía, sus ojos vomitaban pánico. Lo último que vio el hombre fue a la niña oso abalanzarse sobre su pecho, mientras la niña árbol lo miraba desde lo alto de una rama.

A unos kilómetros del pueblo había una cabaña que se conocía deshabitada e inútil. Una mujer entró en ella y empezó a desatar unas sogas de sus muñecas, alguien que la viera de lejos pensaría que se quitaba una armadura de cuero. Esperó a que el viento sople en la dirección que quería, y preparó un fuego para calentar agua. Comió algo de pan, y comenzó a guardar cada parte del disfraz de corteza de árbol bajo una tabla del piso, tarareando. Mientras se limpiaba la pintura verde y los parches de musgo de la cara, pensó en Atty. Para mañana seguramente estaría muerta, sea por el hambre, el frío o la droga. Lamentaba perder las zarpas que le ató a las manos, pero contaba con que alguien del pueblo la viera correr a lo lejos. Había creado a una diosa. Sonrió al pensar en las historias que nacerían en los siguientes días. Atty era especialmente afortunada, era la única que habría vivido su parte tangible, la única que había vivido una historia que no volvería a vivir nadie, nunca.  
Mañana habría que ir a otro pueblo.

El viejo escupió, y se tomó unos minutos de silencio para indicar que había terminado. El sr. M. le dio un billete viejo, e inmediatamente miró su reloj, temeroso de estar llegando tarde. Antes de poder agradecer, el viejo lo interrumpió.
- Teme a los narradores, a los que saben cómo contar historias. Parecen hombres, pero son de otra especie. Son pastores, inflaman los sueños de los hombres para trazar los caminos de su vigilia. Nadie conoce sus intenciones. Saben cuándo y cómo utilizar las palabras correctas para causar locura y delirios, y la locura y los delirios son suyos para ser manipulados. Lo único que se sabe sobre ellos es que nunca jamás dirán “he visto suficiente”. 


Le dio la espalda y se fue. 
M. se sintió aliviado por no tener que seguir soportando su olor.  

2 comentarios: