domingo, 23 de junio de 2013

"La desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada. Y la esperanza sobre lo que ignoramos, que es todo."
- Maurice Maeterlinck


"- Sabés, creo que esto era justo lo que necesitábamos."
Hacía un día y medio que se habían visto entre los escombros y los arbustos descuidados de la costanera. Primero intentaron esquivarse; después de todo era la primera vez que veían a otro ser humano en lo que parecía años. Se resignaron al mismo tiempo, asumiendo que era en vano seguir escondiéndose. Se acercaron con cautela, intentando recordar ese documental que vieron en el colegio en el que se explicaba la razón de los espejismos. No se molestaron en hablar palabras de miedo o desconfianza, pero se midieron, y ambos sujetaron sus armas durante horas. Algo les impidió desenvainarlas.
"- Antes de que quede solo, solía quejarme de que nuestra generación nació condenada a perder la sensibilidad. Nuestros padres y abuelos habían luchado en guerras, o trabajar para ganar el pan les resultaba una catarsis suficiente. Los que vendrían después de nosotros estarían en un mundo irreconociblemente distinto. Nosotros estábamos atrapados en la mitad, con las comodidades justas para sobrevivir, y anhelo de algo que no sabíamos que era. La dicha de jugar a las escondidas o trepar un árbol, de niños, sería la mayor euforia que habríamos de conocer. Después nos iríamos entumeciendo, esperando que algo cambie por sí solo. Porque si había una corriente a la que enfrentarnos, era irreconocible."
El otro no respondió. T. continuó.
"- No sé dónde carajo están todos ahora, quizá se murieron, o me volví loco, pero ahora la ciudad es más linda. Tal vez el pasado y el futuro siguieron su rumbo en otros planos, y alguien se apiadó de nosotros y se nos ofreció esta oportunidad de redimirnos, de hacer algo con nosotros mismos."
Un rato de silencio. T. se preguntó si su gesto habrá ofendido al otro. No le importaría demasiado, pero sí un poco más que antes.
Caminaron durante horas hasta la otra punta de la ciudad. Cada tanto alguno dejaba escapar alguna pregunta, casi por cortesía. Años en silencio, y ahora no saber que decir. Ninguno recordaba el protocolo para romper las barreras con cuidado, pero finalmente asumieron que no era necesario. La tensión había cedido a la curiosidad, atardecía, y habló el otro.
"- Una vez pasé por esta esquina de chico, a esta misma hora. Alguien estaba quemando hojas secas en el baldío de la vuelta. Iba de la mano de madre, y cuando pasamos por una puerta salió una chica pintándose las uñas. Dije que me gustaba el olor del esmalte; madre dijo que hacía mal. Me di vuelta para verla de nuevo, no entendía como algo que huele así puede ser malo, más en esa tarde con la fogata a la vuelta. Llegué a ver un pedazo de su hombro bajo una remera de algodón con puntillas. Era linda, pero si el esmalte hacía mal, debía condenarla. Un pedazo de mí captó la belleza de lo simple de aquél momento. Durante mucho tiempo creí que había sido el más pleno de mi vida. Lo tenía todo, atardecer, humo, viento, algodón, hasta la sensación de amenaza.
Me aferro a recuerdos como esos. Son lo único que me queda ahora. Les doy tanto poder que terminan sobrepasando al momento en sí."
"- ¿Realmente necesitás algo así ahora? No sé vos, pero yo llevo años deambulando por la ciudad, saqueando estaciones de servicio o haciendo fuego en plazas. Y sos al primero que veo en años."
"- Justamente. Tengo miedo de que no vuelva a sentir algo así."
"- Por favor, ya estábamos perdiendo la capacidad de hacer eso desde antes."
Se miraron un rato.
"- Odio sonar freudiano, pero esto lo veo así; todos teníamos ciclos que completar. Ciclos de adaptarnos a lo que descubríamos, y sacar provecho, si podíamos. Y luego, una barrera de incertidumbre total. Desde que nacemos hasta la adolescencia casi todos los días se puede descubrir algo. La barrera en ese caso era la sexualidad; una vez que pasábamos eso, era como entrar en un mundo nuevo. La adaptación siempre es progresiva.”
El otro estaba sorprendido. No por el contenido del mensaje, sino por su contexto. Soltó una risita.
"- Debés ser uno de esos que piensan más cuando están solos. Pero bueno, ¿y después?"
"- Que se yo, depende de donde estés, cosas diferentes. Algunos descubrían como sembrar el campo, otros como aguantar hasta cobrar el aguinaldo y pagar las facturas, otros a tener una familia. Eso sí, la siguiente barrera es la misma para todos: nos morimos."
"- ¿Y después"?
"- Y después hay que pasar años dando vueltas por una Buenos Aires abandonada y comida por enredaderas..."
El otro se rio medio en burla, y lo miró inquisitivamente.
"- Mentira, no tengo idea. Esto me cambia todo el panorama. Pero si puedo verlo como una oportunidad para volver a tener algo con lo que maravillarme, lo haré."
"- Al menos me alegro de que esté varado con alguien que pueda distraerme un rato."
"- ¿Qué querés hacer?"
"- Conozco una buena tabaquería en el centro, después podemos ir al botánico.
Había anochecido, y era una noche fría de otoño. Armaron una fogata en un camino de grava cerca del invernadero más grande, y pasaron horas fumando y contándose sus vidas. Ninguna había sido demasiado extraordinaria, pero ambos estaban encantados de tener a alguien con quien hablar.
Empezaron a divertirse con la idea de calcular qué necesitarían para viajar más allá de la ciudad, pero decidieron hacerlo en otro momento. Improvisaron unas camas dentro del invernadero, y durmieron.
T. se despertó temprano. El otro no estaba. En un segundo pensó miles de cosas (¿había cometido un descuido? ¿lo habría abandonado? ¿robado? ¿envenenado?), y las descartó todas. O dejó de preocuparse por eso, ninguna de esas opciones sería demasiado grave. Seguramente se había despertado antes y se aburrió adentro. Se asomó por la puerta. No había rastro de la fogata, ni tampoco de huellas nuevas. Pensó más cosas. Revisó el invernadero, y en el rincón donde había dormido el otro solo vio un libro. Era "La inteligencia de las flores", de Maeterlinck. Ya lo había leído. Una hoja de papel servía como señalador al capítulo de "El silencio". No estaba en blanco, y con un leve estremecimiento, la leyó.

"Mi hogar está en un lugar tan lejano que resulta inconcebible, pero eso me alegra, pues así el mundo entero habrá de ser mi hogar. Nadando, o más bien dando brazadas instintivamente, porque esto no es un mar, ni siquiera es agua; es un proceso.
No busco nada que otros hayan buscado antes de mí. En realidad ya no busco nada. Antes buscaba paz, pero descubrí que acá no hay. ¿Entonces, qué? Entonces me alimentare de tanta belleza como pueda. Es la mejor manera de esperar la muerte.
Quisiera que mi piel fuera de hielo para poder derretirla. Pero no, hoy mi piel es de tierra. Hoy mi piel es muda porque no fluye."

Tenía su propio diario, en el cual escribía todos los días. Lo sacó, y notó que la entrada del día anterior estaba vacía. Volvió a mirar hacia afuera, y la silueta que se reflejaba en los vidrios del invernadero le resultaba conocida. Sonrió, y guardó la hoja en el lugar que le pertenecía a la última entrada. Inmediatamente, añadió una posterior:

"El cielo gris sin fisuras y el agua fría, blanca y opaca hacen buena pareja, sobre todo en otoño. Fue en su encuentro cuando volví a perderme, cuando mis ojos por un instante recobraron su inocencia, y las hojas secas me hacían sentir como en casa."


Salió. Había decidido que era hora de viajar hasta algún lugar donde se puedan ver auroras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario