"La desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada. Y la esperanza sobre lo que ignoramos, que es todo."
- Maurice Maeterlinck
"- Sabés, creo que esto era justo lo que necesitábamos."
Hacía un
día y medio que se habían visto entre los escombros y los arbustos descuidados
de la costanera. Primero intentaron esquivarse; después de todo era la primera
vez que veían a otro ser humano en lo que parecía años. Se resignaron al mismo
tiempo, asumiendo que era en vano seguir escondiéndose. Se acercaron con
cautela, intentando recordar ese documental que vieron en el colegio en el que
se explicaba la razón de los espejismos. No se molestaron en hablar palabras de
miedo o desconfianza, pero se midieron, y ambos sujetaron sus armas durante
horas. Algo les impidió desenvainarlas.
"-
Antes de que quede solo, solía quejarme de que nuestra generación nació
condenada a perder la sensibilidad. Nuestros padres y abuelos habían luchado en
guerras, o trabajar para ganar el pan les resultaba una catarsis suficiente.
Los que vendrían después de nosotros estarían en un mundo irreconociblemente
distinto. Nosotros estábamos atrapados en la mitad, con las comodidades justas
para sobrevivir, y anhelo de algo que no sabíamos que era. La dicha de jugar a
las escondidas o trepar un árbol, de niños, sería la mayor euforia que
habríamos de conocer. Después nos iríamos entumeciendo, esperando que algo
cambie por sí solo. Porque si había una corriente a la que enfrentarnos, era
irreconocible."
El otro no
respondió. T. continuó.
"- No
sé dónde carajo están todos ahora, quizá se murieron, o me volví loco, pero
ahora la ciudad es más linda. Tal vez el pasado y el futuro siguieron su rumbo
en otros planos, y alguien se apiadó de nosotros y se nos ofreció esta oportunidad
de redimirnos, de hacer algo con nosotros mismos."
Un rato de
silencio. T. se preguntó si su gesto habrá ofendido al otro. No le importaría
demasiado, pero sí un poco más que antes.
Caminaron
durante horas hasta la otra punta de la ciudad. Cada tanto alguno dejaba
escapar alguna pregunta, casi por cortesía. Años en silencio, y ahora no saber
que decir. Ninguno recordaba el protocolo para romper las barreras con cuidado,
pero finalmente asumieron que no era necesario. La tensión había cedido a la
curiosidad, atardecía, y habló el otro.
"- Una
vez pasé por esta esquina de chico, a esta misma hora. Alguien estaba quemando
hojas secas en el baldío de la vuelta. Iba de la mano de madre, y cuando
pasamos por una puerta salió una chica pintándose las uñas. Dije que me gustaba
el olor del esmalte; madre dijo que hacía mal. Me di vuelta para verla de
nuevo, no entendía como algo que huele así puede ser malo, más en esa tarde con
la fogata a la vuelta. Llegué a ver un pedazo de su hombro bajo una remera de
algodón con puntillas. Era linda, pero si el esmalte hacía mal, debía
condenarla. Un pedazo de mí captó la belleza de lo simple de aquél momento.
Durante mucho tiempo creí que había sido el más pleno de mi vida. Lo tenía
todo, atardecer, humo, viento, algodón, hasta la sensación de amenaza.
Me aferro a
recuerdos como esos. Son lo único que me queda ahora. Les doy tanto poder que
terminan sobrepasando al momento en sí."
"-
¿Realmente necesitás algo así ahora? No sé vos, pero yo llevo años deambulando
por la ciudad, saqueando estaciones de servicio o haciendo fuego en plazas. Y
sos al primero que veo en años."
"-
Justamente. Tengo miedo de que no vuelva a sentir algo así."
"- Por
favor, ya estábamos perdiendo la capacidad de hacer eso desde antes."
Se miraron
un rato.
"-
Odio sonar freudiano, pero esto lo veo así; todos teníamos ciclos que
completar. Ciclos de adaptarnos a lo que descubríamos, y sacar provecho, si
podíamos. Y luego, una barrera de incertidumbre total. Desde que nacemos hasta
la adolescencia casi todos los días se puede descubrir algo. La barrera en ese
caso era la sexualidad; una vez que pasábamos eso, era como entrar en un mundo
nuevo. La adaptación siempre es progresiva.”
El otro estaba
sorprendido. No por el contenido del mensaje, sino por su contexto. Soltó una
risita.
"-
Debés ser uno de esos que piensan más cuando están solos. Pero bueno, ¿y
después?"
"- Que
se yo, depende de donde estés, cosas diferentes. Algunos descubrían como
sembrar el campo, otros como aguantar hasta cobrar el aguinaldo y pagar las
facturas, otros a tener una familia. Eso sí, la siguiente barrera es la misma
para todos: nos morimos."
"- ¿Y
después"?
"- Y
después hay que pasar años dando vueltas por una Buenos Aires abandonada y
comida por enredaderas..."
El otro se
rio medio en burla, y lo miró inquisitivamente.
"-
Mentira, no tengo idea. Esto me cambia todo el panorama. Pero si puedo verlo
como una oportunidad para volver a tener algo con lo que maravillarme, lo
haré."
"- Al
menos me alegro de que esté varado con alguien que pueda distraerme un
rato."
"-
¿Qué querés hacer?"
"-
Conozco una buena tabaquería en el centro, después podemos ir al botánico.
Había
anochecido, y era una noche fría de otoño. Armaron una fogata en un camino de
grava cerca del invernadero más grande, y pasaron horas fumando y contándose
sus vidas. Ninguna había sido demasiado extraordinaria, pero ambos estaban
encantados de tener a alguien con quien hablar.
Empezaron a
divertirse con la idea de calcular qué necesitarían para viajar más allá de la
ciudad, pero decidieron hacerlo en otro momento. Improvisaron unas camas dentro
del invernadero, y durmieron.
T. se
despertó temprano. El otro no estaba. En un segundo pensó miles de cosas (¿había
cometido un descuido? ¿lo habría abandonado? ¿robado? ¿envenenado?), y las
descartó todas. O dejó de preocuparse por eso, ninguna de esas opciones sería
demasiado grave. Seguramente se había despertado antes y se aburrió adentro. Se
asomó por la puerta. No había rastro de la fogata, ni tampoco de huellas
nuevas. Pensó más cosas. Revisó el invernadero, y en el rincón donde había
dormido el otro solo vio un libro. Era "La inteligencia de las
flores", de Maeterlinck. Ya lo había leído. Una hoja de papel servía como
señalador al capítulo de "El silencio". No estaba en blanco, y con un
leve estremecimiento, la leyó.
"Mi
hogar está en un lugar tan lejano que resulta inconcebible, pero eso me alegra,
pues así el mundo entero habrá de ser mi hogar. Nadando, o más bien dando
brazadas instintivamente, porque esto no es un mar, ni siquiera es agua; es un
proceso.
No busco
nada que otros hayan buscado antes de mí. En realidad ya no busco nada. Antes
buscaba paz, pero descubrí que acá no hay. ¿Entonces, qué? Entonces me
alimentare de tanta belleza como pueda. Es la mejor manera de esperar la
muerte.
Quisiera
que mi piel fuera de hielo para poder derretirla. Pero no, hoy mi piel es de
tierra. Hoy mi piel es muda porque no fluye."
Tenía su
propio diario, en el cual escribía todos los días. Lo sacó, y notó que la
entrada del día anterior estaba vacía. Volvió a mirar hacia afuera, y la
silueta que se reflejaba en los vidrios del invernadero le resultaba conocida.
Sonrió, y guardó la hoja en el lugar que le pertenecía a la última entrada.
Inmediatamente, añadió una posterior:
"El
cielo gris sin fisuras y el agua fría, blanca y opaca hacen buena pareja, sobre
todo en otoño. Fue en su encuentro cuando volví a perderme, cuando mis ojos por
un instante recobraron su inocencia, y las hojas secas me hacían sentir como en
casa."
Salió.
Había decidido que era hora de viajar hasta algún lugar donde se puedan ver
auroras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario